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La crisis migratoria y el estudio de la teología

La crisis migratoria y el estudio de la teología
Las constantes noticias de este verano sobre las tragedias sobrevenidas con la actual crisis migratoria a las puertas de Europa nos están cuestionando a todos. También en una Facultad de Teología como la nuestra estas noticias se convierten en un revulsivo y en un grito urgente.
Ante todo, apoyamos las llamadas a cambiar el planteamiento que se está haciendo desde los gobiernos del fenómeno migratorio que se realizan desde organismos como, por ejemplo, el Apostolado Social de la Compañía de Jesús en España (www.socialjesuitas.es/reflexion/433-algunas-propuestas-ante-la-crisis-de-frontera-en-el-mediterraneo). Vemos la necesidad de superar la perspectiva nacionalista egoísta, y mirar el problema desde una perspectiva europea, que priorice el respeto de los derechos humanos de las personas en tránsito, la adecuada atención a los solicitantes de asilo y una más generosa y comprometida actitud de acogida a aquellos que llegan a nuestras sociedades europeas. 
Pero a la vez, como comunidad académica dedicada al estudio de la teología, el ser testigos del drama de tantos hombres y mujeres, niños y ancianos, intentando entrar en nuestras sociedades nos exige ser más lo que somos: teólogos. Los rostros de lo que intentan cruzar el mar en una barca, o cruzan una valla fronteriza con sus niños en brazos, o desesperan tirados en cualquier campamento improvisado, nos lleva al centro de la Teología en cada una de las dimensiones de esta disciplina.
Esos rostros nos exigen conocer mejor la Escritura para evitar que podamos seguir leyéndola y rezando con ella sin oír la llamada a acoger y atender al extranjero. Esas caras nos obligan a ser más rigurosos y profundos en el estudio de la dogmática para que el Cristo del que hablamos y escribimos, y del que decimos nos da vida, no sea un Cristo que permanezca en silencio y que sólo toque de refilón esta realidad de la humanidad en la que se ha encarnado. Esas caras nos urgen a ser auténticos moralistas que sean capaces de mostrar y persuadir que el Evangelio – y la amplia tradición social de la Iglesia – exige responder a esta realidad. Esas caras nos desafían a ser auténticos teólogos prácticos y liturgos que no puedan plantear una transmisión pastoral y una celebración de la fe donde no tenga cabida la realidad de esta tragedia. Esas caras nos confrontan a ser de veras filósofos que piensen la realidad sin escamotearse una pregunta fundamental de todo ser humano: ¿qué debo hacer?
Como servicio a todos estos hombres y mujeres, además de los compromisos concretos que podamos adoptar individual o colectivamente, queremos ser mejores teólogos y teólogas para dar auténtica “razón de nuestra esperanza” (1 Pe 3,15) a un mundo donde miles de hombres y mujeres viven estas tragedias mientras muchos otros permanecemos sumidos en la “globalización de la indiferencia”.

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